En medio del agitado mundo en que vivimos es poco el tiempo que realmente nos regalamos para hacer una pausa. A veces, esas pausas surgen por eventos externos y bajo los cuales no tenemos control alguno: la muerte de un familiar,el desempleo, el problema de un amigo, alguna pérdida material, o las crisis espirituales o tiempos de sequedad que a veces experimentamos.
Para quienes creemos en Dios, nos corresponde hacer uso de recursos que otros consideran locura, como la oración, la contemplación, un buen retiro espiritual, y por qué no, una buena confesión. Sin embargo podemos empezar por algo más sencillo e inmediato como una buena catarsis. Ya sea que seamos nosotros los que estamos pasando por un mal momento, o alguien más, es compartiendo las penas que nos hacemos más hermanos. Y surge la pregunta del millón: ¿Cúando fue la última vez que hablaste de Dios? ¿Cuándo fue la última vez que recordaste las maravillas que el Señor ha hecho en tu vida? Se nos olvida que como creyentes, esta variable de Dios, si gustamos llamarla así, hace mucho la diferencia. ¡Esa diferencia que cambia las vidas para bien! Y no me refiero a que los creyentes tenemos una vida color de rosa, sino que vivimos nuestras crisis de forma diferente, confiados en un Ser Supremo que es Todopoderoso. El experto en calmar mares agitados y resolver las tempestades de nuestra vida, se encarga de llevarnos a puerto de la mejor forma, y de acompañarnos siempre, a pesar de nuestras dudas y temores.
Todos tenemos amigos, y probablemente muchos tenemos un trabajo, formamos parte de una comunidad, un club social, o trabajamos por una causa. En todos estos ambientes hay gente sedienta de amor, de ser escuchada, de compartir un trozo de su historia, en busca de un lugar en este mundo cada vez más frío e indiferente. ¿Cuándo fue la última vez que hablaste de Dios? ¿Qué esperás para empezar a ser reflejo del amor de Dios?
Fotografía de Lina María Correa