En los últimos 2 meses he estado viviendo una situación especial, o mejor dicho muy particular de sequedad espiritual. Supongo que es normal, cuando se trata de personas que estamos caminando, tratando cada día de mantenernos firmes en la fe, en medio de este mundo cada vez más secular. Hoy, la lectura del evangelio me ha recordado que todo lo que necesitemos, debemos pedirlo sin reservas y con fe al Padre (Mateo 6, 7-15), pero también debemos tener claro que esa oración debe ir acompañada de mucho amor al prójimo. Este amor que se puede materializar en actos de caridad y solidaridad, de comprensión, de perdón, de tolerancia, entre otras cosas.
Me ha surgido la pregunta del por qué de mi sequedad, de sentir las cargas más pesadas cada vez, de perder el entusiasmo en muchas tareas cotidianas, de creer que estoy sola en la batalla. La respuesta puede ser que mi oración no ha sido tan profunda como para sentir esa relación con el Padre, cada vez más fuerte. He dejado mis visitas al Santísimo y los espacios de silencio en mi jornada...como me ha afectado! La rutina me ha ganado, y debo admitir que hasta cierto punto lo había visto con normalidad.
Hoy mi oración es para que este Padre bueno siga derramando su gracia sobre mí, que me ayude a convertirme cada día, a ser fiel y amarle sobre todas las cosas, pero sobre todo, que me ayude a dar fruto, perdonando y amando siempre a quien tengo a mi lado!
Fotografía de Irina Orellana
Iglesia de Santo Domingo (Qorikancha), Cuzco, Perú
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