jueves, 3 de julio de 2014

Si tuviera fe como un granito de mostaza...



Hoy celebramos a Santo Tomás, quien de acuerdo a los historiadores se dedicó a la evangelización en Persia y la India, donde finalmente fue martirizado. Recordamos a Santo Tomás por su incredulidad con respecto a la resurrección de nuestro Señor, sin embargo, es el protagonista de una de las verdades más hermosas pronunciadas por Jesucristo (Jn 14, 5-7): "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conoceís a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto."

Veo en Santo Tomás un auténtico amor por el Señor. A pesar de su duda, tal vez como resultado de no estar presente cuando el Señor apareció previamente a sus discípulos, tal vez por lo difícil que era para ellos creer en esta realidad de la resurrección, después de haber visto sufrir y morir en la cruz a su maestro. ¿Cuántos de nosotros habríamos dudado también? Posiblemente la mayoría. ¿Cuántas veces dudo yo de la misericordia del Señor, en medio de sucesos adversos? ¡Muchas veces olvido la grandeza del Señor! ¡Mi fe es débil y muy quebrantable! Lo más hermoso es que después de que el Señor se aparece nuevamente a sus discípulos y a Santo Tomás, éste toca sus heridas, expresando a la vez su amor y fidelidad al Señor: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 25-28).

Por la experiencia de Santo Tomás, también somos creyentes, y nuestra fe se ve fortalecida. Pero no basta con creer, si nuestra fe no está acompañada con acciones concretas. Es por eso que debemos pedir al Señor una fe firme y bien enraízada en El, que es el único camino a la vida eterna.

Imagen de Caravaggio (1602), "La incredulidad de Santo Tomás"

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